El Padre Del Año nos hace reflexionar sobre lo importante de la vida.
Agradecemos a Diamond Films por permitirnos ver El Padre Del Año, una cinta para reflexionar sobre las prioridades en la vida, aquí mi reseña.
| Estreno: 23 de octubre 2025 | Género: Drama / Comedia |
| Duración: 1 hora 50 min | Clasificación: A |
| Dirige: Hallie Meyers-Shyer | Distribuye: Diamond Films |
| Guionista: Hallie Meyers-Shyer | Título original: Goodrich |
| País: Estados Unidos | Elenco: Michael Urie, Andrew Leeds, Michael Keaton, Mila Kunis |
Hallie Meyers-Shyer, hija de los icónicos cineastas Charles Shyer y Nancy Meyers, vuelve a dirigir con El Padre Del Año, una película que, con su tono, estética y enfoque en las crisis de la mediana edad con un toque de comedia, se siente como una digna heredera del cine de los 90. Pero lo que distingue a esta cinta y la eleva por encima de ser una simple pieza de cine comfort es su ancla: Michael Keaton.
En una actuación apegada a la realidad, como la más segura y humanamente compleja que ha ofrecido en el género familiar, Keaton interpreta a Andy Goodrich, un hombre que no solo está con el agua al cuello, sino que se da cuenta de que lleva buceando en la superficie de su propia vida durante décadas.

De Coleccionista de Arte a Niñero de Tiempo Completo
El clímax dramático de la película se dispara en su abrupta escena inicial: Andy Goodrich, un exitoso pero emocionalmente distante dealer de arte en, es despertado en medio de la noche por una llamada de su esposa, Naomi (Laura Benanti). Ella le informa, sin preámbulos, que se ha internado en un centro de rehabilitación de 90 días por una adicción a las pastillas que él desconocía por completo.
Este golpe no solo desequilibra la vida personal de Andy, sino que lo obliga a asumir la paternidad a tiempo completo de sus mellizos de 9 años, Billie (Vivien Lyra Blair) y Mose (Jacob Kopera). Es aquí donde la película encuentra su principal fuente de comedia y drama, Andy es un hombre inútil para la vida doméstica. Un chiste recurrente, es su falta de familiaridad con su propia cocina o la incapacidad de hervir pasta, un indicador claro de que ha vivido una existencia delegada, siendo su galería de arte su verdadera pasión y foco.
Keaton logra transmitir en esta fase de caos inicial. Sus momentos cómicos naturales le permite interpretar a Andy como el viejo cascarrabias con un encanto que llega al espectador, un tipo que es inherentemente simpático a pesar de su flagrante ineptitud. Sin embargo, este mismo encanto es la herramienta que la película utiliza para perdonar, quizás con facilidad, sus fallas paternales.

La verdadera tensión dramática de Goodrich no reside en si Andy aprenderá a hacer un lunch escolar, sino en su relación fracturada con su hija adulta de un matrimonio anterior, Grace (Mila Kunis).
Grace está embarazada de su primer hijo junto a su esposo, Pete (Danny Deferrari), y se encuentra en la cúspide de su propia experiencia como madre. Cuando Andy, sobrepasado, la llama para pedir ayuda, la dinámica se establece de inmediato: Grace es reacia, guarda un resentimiento visible por la paternidad ausente y descuidada que experimentó.
La química entre Keaton y Kunis es por mucho el pilar emocional de la película. Sus diálogos son un tira y afloja constante, cargados de subtextos y dolor contenido. Kunis, aunque desaparece de la pantalla en largos tramos del segundo acto, llega a plasmar y soportar el peso de esta difícil relación. Ella transmite con gran sensibilidad los sentimientos contradictorios de ver a su padre, el hombre que nunca estuvo para ella, esforzándose torpemente por ser el padre que sus hermanos menores merecen.

Esta tensión es donde El Padre Del Año se siente más perspicaz. Mientras Andy se despierta tarde en su crisis de la mediana edad y aprende herramientas emocionales básicas, Grace debe lidiar con la ironía de ver a su padre «arreglar» sus errores paternos con otros niños, justo cuando ella se prepara para la maternidad. La película, sin embargo, a menudo habla sin parar de esta confrontación en lugar de explotarla, lo que sugiere que Meyers-Shyer prefiere la resolución cálida y cómoda a la exploración profunda del trauma.
La película ambiciosamente teje estas múltiples líneas argumentales, pero el resultado es que el guion se siente ocasionalmente sobrecargado. Algunas transiciones entre el humor y el drama son abruptas, y la subtrama de la galería, aunque sirve para explicar por qué Andy era un adicto al trabajo, a veces desvía la atención del núcleo emocional de la paternidad.
Además, algunos personajes secundarios, como Pete (el yerno de Andy) o la propia Naomi (que solo aparece al principio y al final), existen más como dispositivos de la trama para demostrar la evolución de Andy que como personas completas.
Dirigida y escrita por Hallie Meyers-Shyer, El Padre del año tiene algo que la hace sentir como un clásico instantáneo, un cine diseñado para gustar y para recordar que las segundas oportunidades existen. La película es eficaz, equilibrando con acierto pizcas de drama y comedia. Sin embargo, en su búsqueda por ser reconfortante, la película peca a veces de ser demasiado sentimental.

Conclusión: El Triunfo de Keaton y el Sentimiento Genuino
El Padre Del Año no es una película que reinvente el género de la dramedia familiar. Se apoya en clichés y tramas que hemos visto antes, el padre que se redime tarde, el workaholic que aprende a ser humano. Si se la mira con un humor cínico, puede parecer una serie de estereotipos con un elenco de lujo.
Pero si el espectador está en el mood correcto, dispuesto a perdonar sus pequeñas faltas de cohesión narrativa y sus resoluciones a veces demasiado fáciles, la película triunfa rotundamente en lo emocional.
Es una historia conmovedora y cálidamente humana sobre la redención y la conexión familiar. El espectáculo de la película es Michael Keaton, que, con su carisma, vulnerabilidad y ese humor autocrítico, consigue que la evolución de Andy Goodrich se sienta auténtica. Es un recordatorio de que nunca es demasiado tarde para enmendar las relaciones, y que a veces, la vida tiene que patearte el trasero para obligarte a convertirte en la persona que siempre debiste ser.

