Agradecemos a Panic por proporcionarnos una copia de Despelote para la elaboración de esta reseña.
Desarrolla: Julián Cordero, Sebastian Valbuena | Género: Indie, deportes |
Distribuye: Panic | Clasificación: E |
Jugadores: 1 jugador | Plataforma: PlayStation 4|5, Xbox Series X|S y PC en Steam y Epic Games |
Estreno: 1 de mayo de 2025 | Idioma: Portugués, Español, Francés (+4) |
Una aventura cotidiana sobre la niñez y la fascinación por el fútbol que cautivó a la gente de Quito, Ecuador en el año 2001.
Despelote, un viaje por Quito, la cotidianidad y la ilusión del Mundial
En una época en la que los juegos de deporte persiguen obsesivamente el realismo visual, la precisión técnica y la simulación total, Despelote toma una decisión audaz: da un paso atrás para llevarnos a un lugar más íntimo y profundo. Y al hacerlo, paradójicamente, da un salto hacia adelante.
Esta obra íntima y profundamente humana nos propone algo radicalmente distinto: ver el mundo a través de los ojos de un niño de ocho años en las calles de Quito, Ecuador. Nos transporta al ya lejano 2001, cuando varios países latinoamericanos luchaban por un lugar en el Mundial, y la ilusión futbolera llenaba cada rincón y colonia de nuestras naciones.

Despelote comienza como cualquier «cascarita» en el barrio: sin reglas estrictas ni tecnicismos, solo un balón y muchas ganas de jugar. Nos conecta con aquella infancia en la que nos reuníamos en la calle o en la colonia para jugar antes de que la tecnología invadiera nuestras rutinas, antes de que los videojuegos reemplazaran las retas físicas con las virtuales.
Aquí, patear un balón no es solo una mecánica: es un gesto cargado de memoria y hasta de fuertes tintes políticos. El juego nos lleva directo a esa nostalgia por los partidos de la infancia, por los sueños compartidos de ver a nuestra selección en un Mundial, por esos momentos en que la vida era mucho más simple. Despelote hace las cosas de una forma distinta, y aquí te contamos por qué…

El fútbol como lenguaje universal
A primera vista, Despelote podría parecer un juego deportivo más, pero su propuesta es mucho más poética que competitiva. No hay marcadores ni campeonatos, ni siquiera un objetivo claro. En cambio, se nos invita a patear un balón (a veces otros objetos) por las calles, parques y hasta en la escuela.

Lo que realmente importa no es marcar goles, sino lo que sucede cuando el balón hace enojar al vecino, cuando rebota en un carrito de helados o interrumpe una conversación casual. Este fútbol no es solo mecánica, es un símbolo, es lenguaje y es sobre todo, una memoria colectiva.
Quien ha crecido jugando en la calle sabe que el balón es mucho más que un objeto: es el canal que nos conecta con desconocidos, que nos enlaza a emociones por un equipo o simplemente nos ayuda a olvidar los problemas cotidianos.

Quito, más que un escenario
El juego es, en esencia, una carta de amor a Quito, Ecuador. No como postal turística ni una urbe cosmopólita, sino como un espacio cotidiano en el que muchos nos podemos reflejar. La ciudad se despliega ante nosotros no solo con su arquitectura, sino con los verdaderos sonidos de conversaciones, puestitos de comida y hasta peleas.

El diseño sonoro de Despelote fue realizado con grabaciones en locación y voces reales de la familia y amigos de Julián Cordero, el creador del juego, sin un guión cuadrado, tecnología de alta punta ni entrenamiento de doblaje, lo cual lejos de ser un obstáculo le da un toque de originalidad que nos lleva de lleno a una inmersión poco habitual. Cada esquina nos susurra una historia, y de ahi viene el encanto.

La forma en que los personajes hablan unos sobre otros, se interrumpen, comentan trivialidades o comparten anécdotas, nos recuerda a nuestra propia vida. En un juego donde uno de los logros mayores es precisamente capturar lo cotidiano, este tipo de interacciones no son solo decorados: son el corazón mismo del proyecto.
Entre la pelota y el poder
Cabe destacar que Despelote, además de explorar la pasión por el Mundial, se adentra en una arista menos esperada pero igualmente poderosa: la relación entre el fútbol, la política y el poder en Ecuador. A lo largo del juego, se pintan esbozos de una tensa conexión entre los partidos políticos y las “mafias” vinculadas a los clubes deportivos, revelando un trasfondo que va mucho más allá del deporte.

Este aspecto no se presenta como un sermón, sino como parte del entorno que rodea al protagonista, que escucha fragmentos de conversaciones de adultos, siente el clima político sin comprenderlo del todo, y se ve inmerso en una ciudad en ebullición. Es una capa de contexto que el jugador puede elegir explorar, y que aporta una riqueza inesperada: Despelote no solo celebra la inocencia infantil, también deja entrever los primeros síntomas de cambio y revolución que comenzaban a gestarse en el sur del continente.




La infancia como estado emocional
Lo más potente de Despelote es cómo logra replicar lo que significa ser niño. Esa etapa en la que el mundo de los adultos parece lejano e ininteligible, pero donde cada rincón ofrece una nueva aventura. Hay momentos oníricos, incluso surrealistas, que nos sumergen en esa percepción difusa del tiempo y la lógica que tienen los niños. Como dice una crítica: “Hay cosas que no tienen mucho sentido… pero así es ser niño. A veces, todo es fragmentado, ilógico y profundamente real al mismo tiempo”.

No hay una narrativa tradicional con principio, nudo y desenlace. Hay fragmentos, sensaciones, recuerdos. La estructura del juego refleja esa experiencia infantil de vivir el presente sin preocuparse demasiado por el contexto. Y aun así, hay una evolución. Lo que empieza siendo un juego termina convirtiéndose en una reflexión sobre la identidad, la pertenencia, el hogar.
Una propuesta arriesgada, pero poderosa
No todo en Despelote funciona a la perfección. Algunas inconsistencias en la interfaz y los tropezones en su jugabilidad pueden romper la inmersión momentáneamente. El balance de audio y el comportamiento del balón en ciertas superficies también es un poco inconsistente. Pero lo curioso es que estas imperfecciones, lejos de arruinar la experiencia, en algunos casos la refuerzan. Porque la memoria tampoco es perfecta, y el recuerdo infantil rara vez es lineal o coherente.

Esta es una obra que se arriesga y que desde su primer avance dejo claro que no busca complacer a todo el mundo. Su ritmo pausado, su enfoque en lo cotidiano y su falta de objetivos claros pueden desconcertar a quienes esperan una estructura convencional en un juego de fútbol . Pero para quienes se dejen llevar por su propuesta, la recompensa es una conexión emocional rara vez alcanzada en este medio.
Galería del juego













Conclusión: fútbol, infancia y el arte de recordar
Despelote es un juego que habla de fútbol sin ser realmente sobre fútbol. Es un retrato de la infancia, de la ciudad, y de la identidad nacional vista desde lo más íntimo: un balón rodando en la calle. Su fuerza no está en lo espectacular, sino en lo verdadero. En el detalle, en la voz de una abuela, en el sonido de una botella pateada, en los sueños de un niño que juega mientras el país entero espera un gol que los haga sentir grandes.

En una industria dominada por juegos que intentan ser experiencias detalladas y de alto voltaje, Despelote nos recuerda que el videojuego también puede ser poesía. Y que a veces, todo lo que hace falta para tocar el corazón de alguien es una pelota, una ciudad, y el recuerdo de una risa bajo el sol.